La bulimia, la anorexia y el trastorno por atracón son enfermedades frecuentes en la adolescencia. Cómo identificarlas a tiempo. Los recursos terapéuticos. La importancia que tiene el acompañamiento familiar para ponerle fin al sufrimiento
— Me duele…
— ¿Qué te duele?
— Comer.
El diálogo entre Cielo y sus padres, durante una cena, provoca un nudo en la garganta en la platea del cine, repleta de adolescentes. La película Abzurdah, que protagoniza la China Suárez y que sigue en cartel en
distintas salas del país, está basada en la historia de Cielo Latini, una joven que sufrió bulimia y anorexia y que escribió un libro con el mismo nombre del filme en el que relata sus padecimientos en primera persona.
Cielo tiene 14 años y está enamorada de un hombre 10 años más grande. Una pasión llena de desencuentros y desprecios que hacen combustión en la psiquis de esta chica bonita y algo rebelde, que la arrastra a las sombras de la desesperación. En esas tinieblas, el síntoma se hace evidente en el cuerpo. En el cuerpo y la comida.
Alimentos a los que recurre desaforadamente para luego vomitarlos junto a su tristeza, comida que devora y rechaza con la misma intensidad, que pasa a ser el centro de su universo. Que alivia y lastima.
Los trastornos de la conducta alimentaria no son nuevos. Ya Hipócrates había definido a la bulimia como “hambre enfermiza”. Catalina de Siena, en el 1300, lord Byron en el 1800, y mucho más acá la actriz Jane Fonda, la princesa Diana y Amy Winehouse son algunas de las personas que los padecieron.
Hoy se estima que entre el 0,5 y el 5% de los adolescentes, en su mayoría mujeres, conviven con alguna de estas enfermedades psiquiátricas o psicológicas que se manifiestan con una negación a comer o una voracidad que se compensa con conductas purgativas.
“Cuando el espectro es tan amplio, del 0,5 al 5 %, estamos hablando de que muchos casos no están diagnosticados pero también de que puede haber sobrediagnósticos. La complejidad está dada porque en los extremos de ese abanico están la anorexia nerviosa y la bulimia que tienen criterios diagnósticos bien definidos, pero en el medio hay un montón de problemáticas relacionadas con la comida que no son tan fácilmente identificables”, reconoce Humberto Fain, pediatra nutricionista, jefe del departamento de Nutrición del Hospital de Niños Víctor J. Vilela de Rosario.
El médico asegura que estos problemas de salud no empiezan de un día para el otro, que son parte de un proceso que en muchos casos comienza en la infancia. De hecho, tanto en el hospital como en distintos centros privados de la ciudad han atendido en los últimos años a niñas con síntomas de bulimia y anorexia que están en la escuela primaria.
La psicóloga Liliana Bosch, de la Red Psicoterapéutica, quien hace 20 años que se dedica a tratar enfermedades que afectan la conducta alimentaria, explica que estos trastornos son “problemáticas del crecimiento, del último tramo del proceso que da paso a la adolescencia, donde las chicas se enfrentan a que ahora soy yo la que tiene que rendir un examen, soy yo la que se va a poner de novia, soy yo la que va a cumplir los 15, y sienten que no tienen las herramientas para estas nuevas vivencias. Es una etapa donde se pone en juego la subjetividad. Entonces algunas se desconocen en ese cuerpo que empieza a cambiar, que toma formas de mujer, y a veces, por una multiplicidad de factores, puede transformarse en una experiencia traumática que hace síntomas”.
Si bien la anorexia y la bulimia tienen una larga historia, hoy, la influencia de una cultura que sobrevalora la imagen, la delgadez y promueve el cuerpo perfecto abona la aparición de un número mayor de casos y una extensión en años, hacia arriba y hacia abajo, como no se vio nunca antes.
“Mi cuerpo es una boca que demanda besos, agua, dulces, humo.
Mi cuerpo es una boca sin palabras una ausencia, un vacío, una nada.
Mi cuerpo no conoce saciedad, ni límites ni esperas.
Soy la urgencia de una necesidad innombrable, sólo eso es mi cuerpo”.
El poema anterior, que se encuentra incluido en el libro Trastornos de la conducta alimentaria, de la licenciada Mónica Baré, pertenece a una paciente en tratamiento y muestra con crudeza la angustia que subyace en estas enfermedades.
“En eso quiero detenerme, en la angustia que la bulimia, la anorexia y otros trastornos alimentarios provocan en estas chicas. Es un sufrimiento enorme. No pueden pensar en otra cosa, sienten que no están bien en ningún lado, que nadie las comprende… se bajan el placard buscando algo que les quede bien pero nada les gusta, desprecian su cuerpo, sus formas, viven pendientes de la mirada, la propia y la ajena. Es un malestar generalizado que les provoca una gran tristeza”, describe la psicóloga.
“Son alteraciones graves de la conducta alimentaria, trastornos de la ingestión de alimentos en un contexto complejo. Es que actualmente hay una excesiva producción y exposición de productos comestibles de todas las formas, colores y sabores pero al mismo tiempo hay un bombardeo mediático que instala un canon de belleza inalcanzable para la mayoría de las personas. Como resultado, nuestras jóvenes experimentan dificultades para regular sus estados emocionales, se sienten insatisfechas con su cuerpo y nos muestran de una manera evidente su angustia de crecer en esta sociedad tan ambigua y poco contenedora”, reflexiona la terapeuta.
Parecidos y distintos
El nutricionista Fain explica que dentro de los trastornos de la conducta alimentaria específicos se encuentra la anorexia nerviosa. Se caracteriza por una malnutrición y un bajo peso que se ubica en el 85% o menos del peso esperable para la edad y el género. Esta desnutrición se puede dar por una negación a comer o por períodos de ingestas que luego se compensan con conductas purgativas.
La bulimia nerviosa, que también un trastorno de la conducta, suele ser más compleja de diagnosticar porque en este caso las pacientes no tienen bajo peso, incluso pueden tener un leve sobrepeso.
Se caracteriza por atracones que se compensan con vómitos, largas horas de actividad física o el uso de diuréticos o laxantes. En ambas enfermedades psíquicas hay una distorsión de la imagen corporal y un miedo exagerado a engordar.
También está descripto el trastorno por atracón que se parece mucho a la bulimia. En este caso no aparecen conductas purgativas asociadas a la ingesta exagerada. Si hay “ataques” en los que no se puede parar de comer, que se hacen a escondidas, y que se presentan al menos una vez a la semana.
¿Cómo saber si una hija o hijo lo están padeciendo? ¿Cómo ayudarlos? Estas inquietudes les quitan el sueño a muchos padres. Otros ni siquiera sospechan que puede estar sucediendo en su casa.
Fain señala que a la anorexia es más simple detectarla a nivel familiar o en el consultorio del pediatra por el bajo peso. “La adolescente anoréxica suele ser muy inteligente. Es la alumna perfecta, la amiga perfecta, la hija perfecta. Cargan con una alta autoexigencia y son hábiles para esconder todo lo posible su trastorno alimentario. Usan ropa grande para que no se note y cumplen con una serie de rituales a la hora de comer por lo que parece que comen, pero no comen. Sin embargo, a mediano o largo plazos la disminución en el peso se hace evidente, por lo que los padres la traen a la consulta”.
Fain dice que los pediatras deben estar atentos para descartar cualquier problemática física que provoque el descenso de peso y en el caso de que no sea un problema físico es necesario hacer la derivación correspondiente. Aunque se requiere un equipo multidisciplinario para el tratamiento no hay que olvidar que la bulimia y la anorexia son problemas psíquicos que deben ser abordados por un psicólogo o psiquiatra.
En la bulimia, dice el médico, los signos no son tan claros a nivel físico. “La joven bulímica no tiene bajo peso. Sí es posible que este problema esté ligado a conductas que pueden llamar la atención. Son chicas que en general están más del lado del desborde, que les cuesta controlar sus emociones, que son más excesivas en todos sus actos. Vemos casos en los que las jóvenes tienen además adicción al alcohol u otras drogas o mantienen relaciones sexuales sin cuidarse, por ejemplo. Se ponen en riesgo sin medir demasiado las consecuencias”, expresa Fain.
La psicóloga Liliana Bosch menciona que los trastornos “borderline” (relaciones interpersonales caóticas, descontrol emocional, cambios muy bruscos en la personalidad) pueden estar asociados en estas pacientes.
En la película Abzurdah se puede ver que Cielo —que tuvo bulimia y anorexia— pasa incluso por un período de drunkorexia, que es dejar de comer para tomar alcohol en grandes cantidades, una problemática que los médicos también ven en aumento.
Los cortes en la piel que la joven protagonista del filme se provoca en momentos de mucha tristeza y desesperación son otra señal de estas conductas autodestructivas. “Son más típicos de la bulimia que de la anorexia. Se los hacen con el fin de aliviar con el dolor físico el dolor psicológico”, explica Bosch.
Posibles salidas
En estos trastornos se pone en riesgo la vida social, familiar, educativa y laboral. Pero también la vida misma. Por eso, lo primero que advierten los profesionales es que hecho el diagnóstico se evalúa qué grado de severidad tiene y si la paciente necesita o no una internación. La mayoría de los casos se pueden tratar de manera ambulatoria con un equipo que incluya psiquiatra, psicólogo, nutricionista, médico clínico y al que pueden sumarse grupos de autoayuda para pacientes y/o padres.
“La terapia no puede basarse sólo en la comida”, comenta la licenciada en nutrición Anabel Ortolani, que trabaja en el equipo de trastornos alimentarios de la Red Psicoterapéutica. “Nuestro rol es ofrecer un orden alimentario que disminuya la ansiedad de la paciente; tratamos de ir incluyendo de a poco grupos alimentarios a los que ellas no les teman. Reeducarlas en relación al valor biológico de la comida, que puedan darle otro valor que no sea el de esto es de dieta y esto no es de dieta”.
La licenciada comenta que hay chicas que llegan a su consultorio que “hace mucho tiempo que no desayunan o no meriendan, o que sólo cenan, o que en todo el día comen un paquete de galletitas, entonces tenemos que encarar un trabajo muy específico, con mucha paciencia y con el apoyo permanente de los psicólogos”.
Tanto en la bulimia como en la anorexia existen pacientes que no quieren por nada del mundo empezar el tratamiento porque justamente saben que eso implicará tener que comer, lo que justamente no quieren por el miedo a engordar. “Sí, es muy complejo y es un camino que puede tener sus recaídas. Nosotros ayudamos a la paciente a identificar esas conductas que advierten que puede haber un retroceso en la terapia y les pedimos que pidan ayuda cuanto antes para ordenarse nuevamente. Lo bueno es que hay salida”, puntualiza Ortolani.
María Emilia tiene 39 años. Es contadora y está en pareja. Hace casi 20 años que recibió el alta después de un duro período en el que le habían diagnosticado anorexia. Cuenta que una vez mirando el programa de Mirtha Legrand escuchó el testimonio de una chica que tenía su mismo problema y que eso la animó a consultar a un médico. “Saber que no sos la única a la que le pasa es muy importante. En ese momento te sentís muy sola. La bulimia también es una adicción y adicción es lo que no se puede decir”, reflexiona.
Ella asistió a un centro de día que trataba trastornos de la conducta alimentaria y que ya no existe más en Rosario. Hoy se ofrecen terapias multidisciplinarias en distintas clínicas privadas. También en el Hospital de Niños Víctor J. Vilela, que recientemente incorporó un área para adolescentes, y en el Zona Norte.
“Me hace bien recordar lo que pasó porque valoro mucho más la salud y todo lo que logré en estos años. Les aseguro a las chicas que pasan por esto que si piden ayuda y se tratan van a salir fortalecidas y todo lo que aprendan les va a servir para el resto de su vida para enfrentar situaciones familiares, de pareja, laborales. Lo peor es negar y quedarse calladas. Hoy sé que alguien fuerte es quien reconoce su debilidad”, dice.
Valeria tiene 26 y está a punto de recibirse de odontóloga. También tuvo bulimia y admite con cierta tristeza que todavía no se siente del todo curada. “A veces pienso que esto es algo crónico, al menos en mí, que lo voy a pilotear, pero que no me voy a curar del todo nunca”.
Cuenta que le costó muchísimo decirle a su mamá que necesitaba un terapeuta y que incluso en las primeras sesiones con la psicóloga negó que vomitaba dos o tres veces a la semana, que la comida le duraba menos de una hora en el estómago, que el alivio que le daba este acto parecía llevarse los dolores del alma, y que por eso no podía parar.
“Siempre detrás de estas conductas tan feas hay padecimientos psíquicos. Yo no sabía bien que me pasaba. Había tolerado con bastante naturalidad la separación de mis padres, la enfermedad de unos de mis hermanos. Tenía amigos, iba a un club a practicar deportes, no me faltaban pretendientes, pero para mí había algo que estaba mal, muy mal, algo que no podía verbalizar. Creía que las otras eran felices y lindas, yo me veía gorda, me apretaba las piernas y odiaba mi celulitis … mirarme al espejo era una obsesión y un drama. ¿Salir a bailar, a comprarme ropa? Una tortura para mi mamá y para mi hermana mayor que intentaban consolarme y a las que yo maltrataba”.
Valeria estuvo años yendo a terapia sin resultados inmediatos. “Me boicoteaba demasiado. Lograba sentirme bien un tiempo, ordenarme con la comida, estar más libre con mi cuerpo, pero algo después de desacomodaba y volvía a los atracones, a odiar los alimentos, a dormirme pensando que mañana empezaría una dieta nueva y que esta vez si me iba a dar resultado, que esta vez iba a ser feliz”.
Dice que fue a ver Abzurdah el mes pasado y lloró. Que lamenta que en la película lo relacionado al tratamiento, que es lo más difícil, no esté reflejado. “Veía todas esas nenas, absortas mirando la pantalla y me sentía identificada. Quería abrazarlas, decirles que ya pasa, que la vida es hermosa a pesar de los dolores y que la comida tiene que ser un disfrute y no una trampa”.
Valeria, María Emilia, Cielo. Sobrevivientes de un drama casi siempre oculto que se grita en el cuerpo.