Como en otras áreas de estudio, en la psiquiatría y psicología, muchas veces ocurre cierta popularización de un concepto que comienza a circular y ser utilizado según caracterizaciones que dentro de un grupo social se le otorga, alejándose de su sentido original dentro de la rama que lo estudia.
Tal ocurre con el concepto de trauma. Más de una vez habremos escuchado valorizar socialmente episodios individuales o sociales como “traumáticos”, “que generan trauma”, “que deja a la persona traumada”. Parece ser que la idea circundante es que hay situaciones especificas que generan un gran dolor, incluso insuperable, hacia quienes atraviesan esas experiencias.
Ahora bien, ¿cómo saber si un episodio de la vida puede ser traumático? ¿Se puede saber con anterioridad? ¿Se puede evitar?
Se entiende por trauma a un evento que ocurre de manera repentina o inesperada, excediendo la capacidad de la persona de poder vérselas con el problema con las herramientas justas para manejar este problema. Su carácter sorpresivo, supone la imposibilidad de preverlo, al mismo tiempo que irrumpe en el psiquismo sin poder ser simbolizado, puesto en palabras, elaborado.
No hay experiencias que sean traumáticas en sí mismas ya que son acontecimientos singulares de cada persona, aunque sí podemos pensar en generalizaciones que podrían ser detonantes de un evento traumático: pérdidas inesperadas, violencia y abuso, desastres naturales, accidentes.
¿Y cuáles son los efectos de haber atravesado una experiencia traumática?
El crecimiento y desarrollo de nuestra persona desde etapas tempranas hasta nuestro presente, incluyendo nuestros planes y proyecciones futuras, no ocurren de manera individual únicamente. Nos movemos en ambientes, en espacios de socialización constantemente. Estos ambientes pueden resultar de un gran enriquecimiento en nuestra vida, aportando herramientas, generando nuevas lecturas sobre el mundo, flexibilizando ideas previas, acompañar procesos de cambio, etc. Ahora bien, cuando esos ambientes resultan intrusivos, abusivos, descuidados; resultan de un gran peligro para el desarrollo de la persona propia.
Cuando se encuentra en este tipo de ambientes reiteradamente, resulta de gran dificultad poder elaborar defensas que regulen altos niveles de ansiedad, de angustia, de malestar, enojos, miedos.
Se tornan en experiencias traumáticas, sin encontrar un espacio donde sentirse alojados, comprendidos, escuchados. Creando formas de vivir que resultan ser lo mejor que se ha podido para construir algunos espacios vitales, aunque muchas veces no resulten dentro de parámetros saludables y de cuidado propio.
Se construye lo que el psicoanalista Winnicott ha denominado falso self patológico, fundamentado en las reiteradas fallas ambientales y en las reiteradas fallas adaptativas de la persona. Este falso self implica, en resumidas palabras, poco o nulo contacto emocional de la persona consigo misma y con otros, falta de registro de sus necesidades, pensamientos, sensaciones, dificultades en los vínculos sociales, desadaptación, inadecuación. Muchas veces, pueden aparecer conductas autolesivas, fobias, ideas obsesivas, abulia, depresión, niveles altos y continuos de ansiedad, adicciones, dificultades en el vínculo con la comida, dificultades en esquema e imagen corporal, etc.
Frente a lo relatado, se vuelve necesario entonces también conceptualizar a qué denominamos salud mental, y de qué se trata entonces un espacio terapéutico. Quienes desean comenzar un espacio de psicología y/o psiquiatría (que trabajan complementariamente), no tienen otro objetivo más que el de buscar su persona, y es trabajo terapéutico anclarse en las potencialidades para sortear las dificultades, el dolor, la angustia, la historia plena de anécdotas, de síntomas, de hechos que se han hacen carne, cuerpo.
Para ello, es necesario proveer al paciente un marco confiable y seguro para el análisis. Sólo a partir de allí, será posible un trabajo clínico. Alojar el profundo sentimiento de cada paciente, de no vivir su propia vida. Y la clínica deviene entonces en una paradoja: espacio para alojar la vida, para empezar a vivir.
¿Se puede curar un trauma? Se puede trabajar en la integración de la experiencia a la vida de la persona. Esto quiere decir, a generarle un lugar, un relato, un sentido. Generar herramientas para aprehenderlo, dolerlo, atravesarlo. Pensar sus efectos, transformarlos.