¿Cuántos tipos de amor hay? ¿Es sólo uno?
Muchas veces deseamos que nos quieran de muchas formas: como un padre; con la incondicionalidad de una madre; pasionalmente como en esa película romántica que vi; con ternura… ¿No pediremos mucho de una sola persona?
¿Qué es el amor? ¿Nos enamoramos de un otro, o tan solo del amor?
Hace cientos de años que se viene conceptualizando y definiendo el amor. De acuerdo a las circunstancias de cada época, el amor cobra diferentes matices según la cultura, las tradiciones, las creencias y los intereses del momento.
Es importante tener en cuenta la diversidad y amplitud del “amor”, ya que en la medida que nuestra definición sea más estrecha, más rígidas serán nuestras demandas y nuestra estructura a la hora de buscar ese ideal.
Las personas pasan una vida tratando de contestar una pregunta: ¿Quién soy? Me gusta tal comida, uso esta ropa, estudio tal carrera, tengo determinados hobbies; y así también definimos una escala de valores que nos define. Lo mismo pasa con el concepto que formamos del amor. Para unos, el amor es la familia, para otros la compañía o el sexo, y así indefinidamente. Pero en el momento que perdemos de vista que la nuestra es tan sólo una construcción de un infinito de posibles, allí es cuando juzgamos las diferencias, creyendo que existe un absoluto.
Se ha generalizado en nuestra sociedad a partir de la literatura y el cine, una noción del amor romántico que dificulta el afrontamiento de los problemas “reales” de las parejas.
Ya Platón mencionaba en El Banquete el Mito del Andrógino, donde Zeus había separado al hombre de su mitad, y ésta pasaba su vida buscando a su “alma gemela”.
Esperar el amor es algo que todos hacemos, y mal. La esencia de la espera es lo que nos hace sufrir. Pero para algunos, sufrir es un requisito previo para la pasión. Esperar a que el “hombre” o la “mujer de nuestra vida”, el “amor verdadero”, esa “persona especial” entre en nuestra vida ha preocupado siempre a la gente e inspirado obras de arte.
Éste es el núcleo central del amor de Proust: que no existe el tiempo real, sólo el fantaseado o el recordado. El único paraíso que existe es el perdido. El amor requiere ausencia, obstáculos, infidelidades, celos, manipulación, mentiras, reconciliaciones fingidas, rabietas y traiciones. Entretanto, los amantes se irritan, les colman las esperanzas, se torturan y sueñan. El amor no es un instinto biológico, ni un imperativo de la evolución, sino un fruto de la imaginación que crece con la dificultad.
Los ideales del amor cortés se basan en el coqueteo, el idilio y el deseo. No se espera que el caballero posea realmente a su dama. Como observa De Rougemont: “Se necesitan el uno del otro para sentirse inflamados, y no se necesitan el uno al otro, tal como son. Lo que necesitan cada uno no es la presencia del otro, sino su ausencia.” Cuando finalmente están unidos, y un día es igual a otro, la vida empieza a aburrirlos y se cansan de su aventura.
Cuando hablo de “pareja”, me refiero a una unidad que comprende a dos individuos, moviéndose en un permanente juego uno con el otro, de acuerdo con estrategias que los confirmen en un lugar privilegiado.
Stendhal describe siete estadios en el enamoramiento. Primero uno admira. Luego espera que sus sentimientos sean correspondidos. Cuando la esperanza se combina con la admiración, ha nacido el amor. El siguiente estadio incluye una de sus ideas clave: lo que denomina “cristalización”, la tendencia a idealizar al otro, imaginándolo más perfecto y noble que cualquier otro ser humano.
Después de la cristalización, la duda entra sigilosamente, conforme el enamorado pide una prueba de afecto tras otra. Cuando sobreviene la duda se produce “la segunda cristalización”: la mente imagina que cada acto es una prueba de amor. Es aquí cuando observamos parejas que interpretan cada acto del otro como una señal de amor o desdén. Algunas relaciones pueden convertirse en una “cacería de brujas”, buscando otorgarle un significado generalmente exagerado a cada gesto.
Quisiera profundizar sobre este proceso de idealización/desidealización que se encuentra en los inicios de una relación romántica.
Como resultado de las experiencias con miembros significativos, y la repetida exposición a los modelos familiares y otras relaciones significativas, se desarrolla una representación cognitiva del propio cónyuge ideal. Este ideal tiene a la vez componentes conscientes e inconscientes, y se convierte en la norma en relación con la que se juzgan y se evalúan todas las parejas en perspectiva.
En la mayoría de los casos se espera que el propio cónyuge ideal valide el yo. A menudo, las personas quedan cegadas por sus propios ideales que se proyectan sobre el posible cónyuge; por tanto, son incapaces de ver a su pareja de manera realista. El ideal oscurece al posible cónyuge. En algunos casos, se lo ve como al poseedor de los rasgos de los que la persona carece. En otros casos, el posible cónyuge se ve como el ideal que se percibe como prolongación del yo. Cuando esto ocurre, la autoestima de la persona se eleva mediante la identificación con el posible cónyuge.
En todos estos casos la desilusión es inevitable, pues la verdadera naturaleza del propio cónyuge ha sido oscurecida por una proyección. Aparecen conflictos cada vez que se advierten las discrepancias, y la persona intenta coaccionar a su pareja para que le dé el autovalor y la autoestima que tanto necesita.
Cuando la conducta del futuro cónyuge se percibe en conformidad con el propio ideal, el equilibrio personal y dual se mantiene simultáneamente. Pero cuando la conducta del otro se desvía de modo demasiado drástico del ideal, se produce un desequilibrio. En este caso, la persona se comporta a fin de restablecer la congruencia entre el futuro cónyuge y el ideal.
En tales casos, no es infrecuente que el individuo recurra al castigo para modificar rasgos y características indeseables de la pareja. Pero los castigos tienden a volverse recíprocos.
La mayoría de los terapeutas han visto casos en que la amenaza de castigo (frecuentemente bajo la forma de abandono) pone fin temporalmente a la conducta o rasgo indeseable. Pero la conducta problemática reaparece.
En el desajuste entre el declamado deseo de mantener la individualidad de cada uno y un oculto intento de someter al otro a una subordinación a los propios puntos de vista, aflora toda una lucha por el poder.
A través del análisis del “ideal”, también podemos sondear las familias de origen, porque la persona en general busca lo que perdió en su familia de origen.
Andolfi habla de la impresión de necesidades refiriéndose a cómo las necesidades insatisfechas de las relaciones con miembros significativos de la familia son impresas en cada persona. Esto hace que la demanda de satisfacción de esas necesidades permanezca siempre en el presente, con la búsqueda continua de soluciones en otras relaciones, para así compensar por la ausencia original. Estos “dobles” casi siempre serán inadecuados para satisfacer las expectativas colocadas en ellos, debido a que solo existe una similitud parcial con las personas que “debieron” satisfacerlas.
Dice Loketek que los miembros de la pareja han establecido entre sí un pacto de alianza, que conlleva expectativas mutuas. Ese pacto lleva implícito: “Te buscaré para que llenes el lugar de todos mis vacíos y deberás curar mis viejas heridas. Si así no lo hicieres, consideraré que estás traicionando aquel pacto de amor”.
No existe entre los cónyuges un campo intermedio objetivo o “realidad no distorsionada”. La meta realista de cada uno no debe ser poner a tono sus necesidades con las características “objetivas” del otro, sino aprender a discriminar las necesidades del otro como válidas pese a ser distintas de las propias.
Una definición de amor es aquella de Antoine de Saint- Exupèry cuando dice: “El amor es tal vez aquel delicado proceso a través del cual te acompaño al encuentro contigo mismo”.
Considero primordial la tarea de cuestionar las construcciones que hacemos de nuestros modelos, para entonces lograr un mayor conocimiento de las motivaciones que mueven nuestras búsquedas. Y, del mismo modo, tendremos las herramientas para ver el camino recorrido por nuestra pareja en la construcción de sus propios mandatos e ideales. Este conocimiento nos capacitará con una mirada y aceptación diferente del otro, sin querer imponer modelos personales a ciegas.
Luego de leer este artículo, no quiero que se destierren las ideas románticas, las cartitas de amor y los ositos de peluches. Son esos actos los que le dan color, creatividad y alegría a las relaciones. O acaso, ¿quién se olvidó de algún romance adolescente, donde los sentimientos se vivían en carne viva y los sufrimientos por amor eran terribles? Es importante poder conservar cierta inocencia, y festejar al amado como en las novelas. Porque, después de todo, ¿quién ha dicho que el romance está muerto?
Bibliografía
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