Qué tienen para decirle las psicoterapias a las neurociencias
El siguiente es un texto escrito a propósito de la invitación recibida para disertar en el “Congreso Argentino Psiquiatría, Neurociencias y Psicoterapias”, organizado por Ánima en la ciudad de Rosario, los días 27 y 28 de septiembre de 2013. El eje convocante de la mesa en la cual fui invitado a participar era “Qué tienen para decirle las psicoterapias a las neurociencias”. Mi reflexión en torno a dicho eje está ilustrado por la escena que pueden leer a continuación.
Los personajes:
Las psicoterapias, un grupo de hermanas y primas que siempre están juntándose y peleándose, armando y desarmando grupitos y buscando protección en figuras más poderosas.
Psiquiatría, un tío entrado en años, bastante culto aunque un poco soberbión, rejuvenecido ahora por una nueva novia.
La neurociencia, la novia del tío Psiquiatría, una joven atractiva, curiosa, siempre volviendo de algún viaje.
La escena: Hay una reunión familiar, las primas Psicoterapias discuten una vez más. El tío Psiquiatría se acerca, un poco interesado, un poco divertido. Las escucha discutir un rato y les dice: “chicas, chicas, ya grandecitas y todavía discutiendo esas pavadas… Déjenme que les presente a alguien que les va a resultar interesante, mi novia Neurociencia. Ella justamente acaba de volver de un viaje por esos lugares de los que estaban hablando, el cerebro, los módulos cerebrales…”
Una de las primas revoltosas lo interrumpe: “No tío, no estábamos hablando del cerebro, estábamos hablando de la mente…” pero inmediatamente se le superpone otra “y precisamente yo les decía que mente no equivale a conciencia…” pero no puede terminar la frase porque salta otra diciendo “todo eso son cajas negras, al fin y al cabo lo único que importa es la conducta”. El tío, viendo que ya se armaba otra vez el mismo lío las frena en seco con su vozarrón de autoridad: “Chicas, chicas, ¿no ven que estamos hablando de lo mismo? El CEREBRO es el que está detrás de todo eso que ustedes hablan, y justamente Neuro acaba de llegar de ahí, por qué no se callan y dejan que ella les cuente?”
Las psicoterapias, entre cohibidas y seducidas por la presencia de esa atractiva joven, hacen silencio.
Neurociencia habla. Lo hace con la voz suave y melodiosa de quien sabe muy bien lo que tiene para contar, lentamente las primas psicoterapias sucumben al hechizo de sus relatos de exploraciones, aventuras, descubrimientos. Módulos cerebrales, amígdalas, lóbulos, neuroimágenes, derivas evolutivas, determinaciones genéticas, territorios exóticos y enigmáticos surgen de su descripción bajo una luz diáfana que parece esclarecerlo todo. Las primas han quedado mudas.
“¿Vieron?”, exclama el tío ante el silencio admirado de las primas, exultante por traer, al fin, a la familia a alguien tan espléndido.
Entonces, tras unos segundos de significativo silencio, una de las primas, la más retraída, la que no había hablado hasta el momento, pregunta: “Chicas, ¿se acuerdan de la anécdota del abuelo Sigmund?” (Se refiere, claro, al patriarca, al fundador del clan, su retrato sigue presidiendo la sala, bien situado sobre el hogar, imposible no ser visto por cualquiera que visite la casa) “¿Se acuerdan cuando él también esperaba encontrar en el cerebro la respuesta a las angustias de nuestra abuela, la Psicología? Nunca dejó de serle leal a su mamá, la Neurología. Sin embargo, ¿qué sacamos de todo aquello? ¿Acaso el gran invento de nuestro abuelo, del cual nosotras todavía cobramos las patentes aunque cada vez más magras, no fue precisamente lo que ni su mamá, la Neurología, ni ninguno de los parientes ricos de la Medicina querían aceptar? Eso que no sabemos de nosotros mismos, no por falta de ciencia sino por otras razones que él se ocupó de investigar toda su vida ¡¡y que son las que nosotras estábamos discutiendo cuando llegó el tío!!”
Para ese momento, Neurociencia ya había encontrado otro interlocutor y el tío, ansioso por la posibilidad de perder a su amada, se fue detrás de ella, dejando a las primas una vez más en sus eternas discusiones.