Marta Gerez Ambertín
“El sujeto encuentra su lugar en un aparato simbólico preformado que instaura la ley en la sexualidad” .Lacan ,Seminario III. Las Psicosis.
Teniendo en cuenta el axioma de Lacan puedo afirmar que no hay sexualidad ni subjetividad por fuera de la ley, lo que me permite abordar tres cuestiones que aquí anudaré: ley; subjetividades y sexualidades.
I.a. Ley, subjetividad y doble moral sexual
En torno a la ley dirá Lacan que: “es sobre el nexo sexual, y ordenándolo bajo la ley de las alianzas preferenciales y de las relaciones prohibidas, sobre las que se apoya” el intercambio de bienes y de palabras que hace a las sociedades humanas. (“La cosa freudiana” -1955-)
En un principio Lacan llama Ley a ese sistema de reglas tejidas desde el lenguaje que, como afirma Lévi-Strauss, establece la distinción entre naturaleza y cultura. Esas reglas que suponen –y ya son– la cultura, la cual es inconcebible sin el sistema reglado por excelencia: el lenguaje.
Sobre la ley, decía Barthes en su lección inaugural en el Colegio de Francia “El lenguaje es una legislación, la lengua es su código (…) toda lengua es una clasificación (…) toda clasificación es opresiva: ordo quiere decir a la vez repartición (intercambio) y conminación” (lo que impide el intercambio).
Por una dirección próxima a esta, Lacan ubica la ley soportada por los significantes de los Nombres-del-Padre como paradojal, una ley que tiene eficacia simbólica, en tanto tal regula y reparte (hace posible el intercambio). Pero en tanto jaqueada por lo real manda a gozar, y desde allí conmina el imperativo del superyó siempre amenazante (impidiendo el intercambio). Dos caras contradictorias, pero que mantienen la paradoja.
La paradoja intrínseca de la ley de los Nombres-del-Padre revela una culpa de lo real: regula el deseo que hace posible el lazo social e impele al goce que lo impide. Allí el límite del lazo social y sexual, no puede esperarse de la ley de los Nombres-del-Padre y sus paradojas un saldo pacificante, no es posible esperar la reciprocidad en el lazo social y sexual, el intercambio entonces tiene su escollo resultante del resto inasimilable: el objeto a, lo real.
Todo lo cual le permite a Lacan afirmar que “la relación sexual no existe” porque en la sexualidad el sujeto se enfrenta con el escollo de lo imposible, de lo real.
Por esa ley de los Nombres-del-Padre es atrapado el sujeto humano, por esa ley paradojal es apresado desde que nace y esa red de significantes legislados lo subjetiviza y sexualiza. Así, la sexualidad no es “algo” que pueda oponerse a la ley, está atravesada por ella, por su lado regulante como desregulante, y Freud refiriere a su inscripción en la subjetividad como doble moral sexual, doble moral sexual cultural-pulsional.
I.b. Ley y sexualidades. Los malestares de las sexualidades. ¿Paz sexual?
Entonces ¿cómo destaco esto? Afirmando: los animales tienen sexo, los humanos sexualidad. Cuerpo y sexualidad suponen la referencia a la ley que anuda al sujeto más allá de su (supuesta) naturaleza: le suministra historia, filiación y referencia genealógica y el plus gozante de lo real, superyó que amenaza.
Es decir la ley humaniza y subjetiviza y, al hacerlo, desnaturaliza (los animales no tiene “historia” ni genealogía; ni superyó, los humanos no podemos vivir sin ellos). El humano no es –nunca ha sido– “un animal parlante” porque, precisamente, no hay animales parlantes ni humanos no-parlantes (no hay “fuera del lenguaje” en la subjetividad).
Es el lenguaje el que ha instituido el corte radical y definitivo entre el orden natural y el orden humano, para hacer lugar a la cultura y su intrínseco malestar. Malestar en las sexualidades entonces ¿podría haber bienestar allí? Es el rédito que dejó ese libro de Freud “El Malestar en la cultura”. Digo entonces, Malestar en la cultura y malestar en las sexualidades que se anudan.
Como dijo Lacan en la Conferencia de Caracas 1980 “la paz sexual de los animales radica en que no están tomados por la lengua”. La paz sexual quiere decir que se sabe qué hacer con el cuerpo del Otro. Un animal hace con el cuerpo de otro animal, no interroga qué hacer allí. Pero, ¿quién sabe qué hacer con el cuerpo de un hablanteser? Ni con el propio (que es también del Otro).
I.c. Para los humanos no hay paz sexual
Abordo en aquí un tema que no nos deja en paz, y por eso el sujeto siempre se queja de esa sexualidad que no lo deja en paz. En vano alentarlo para que llegará a conseguir esa paz, no somos sexólogos ni veterinarios, somos psicoanalistas y por eso invitamos al sujeto apresado en la disarmonía sexual a interrogarla, a hablar sobre ella, a producir sobre ese enigma. No podemos prometerle la paz de la proporción sexual.
No faltan, empero, los que quieren ver en el resto inasimilable e indomesticable de la pulsión sexual (lo real-el objeto a) –que Lacan llama el-plus-de-gozar– un resto de “naturaleza” o, peor aún, de “animalidad” y entonces hablan de instinto natural (vaya la redundancia: retumba!!!) y se lavan las manos de lo enigmática que pueda ser la sexualidad para el humano.
¿Por qué algunos se empeñan en acentuar esa supuesta naturaleza?, y es que si fuera natural no podría producir conflictos, no debería producirlos. Por lo tanto la solución es para muchos que si es natural la sexualidad se resuelve “naturalmente”. ¡¡¡A quién se le puede ocurrir que una mujer desee abortar, si está en su naturaleza procrear!!! ¡¡¡A quien se le puede ocurrir que alguien dude qué hacer con el cuerpo de otro!!!
Se supone que está en su “naturaleza” por ejemplo que debería penetrarlo o dejarse penetrar, en fin, para referir a los más simples de los supuestos “saberes naturales sobre la sexualidad” y sus absurdas respuestas. Pero a pesar de estos intentos, sabemos, lo natural fue expulsado por la cultura.
Quienes prefieren seguir aferrándose a lo natural, quieren desconocer que es la paradojal Ley de los Nombres del Padre que prohíbe el goce, la que lo instaura. La sexualidad entonces no está “fuera de la Ley”, reporta a ella, a lo humano, demasiado humano. Por eso la sexualidad es subjetivizada entre las mareas de la culpa o la imposición del castigo. O remuerde la conciencia o busca castigos, por la implicancia allí del superyó. Tal la doble moral sexual pulsional.
I. d. Tragedia y comedia con la ley en la sexualidad
Así dirá Lacan -en el Seminario X (26–3–73) tomando como eje referencial al Edipo-, que el sujeto juega en la sexualidad la comedia con la ley y la tragedia con la ley.
En la comedia con la ley el sujeto puede divertirse y aparentar que cesan los conflictos generados por las paradojas de la ley en la sexualidad. En la comedia todo parece resuelto. Y es que en la comedia con la ley las paradojas de la desarmonía sexual quedan veladas, ridiculizadas y devaluadas, por eso producen risa. En las comedias de desencuentro sexual, todo produce jolgorio, porque fue minimizado el conflicto.
En la tragedia con la ley el sujeto no está tan relajado como en la comedia, se enfrenta con la fatalidad de la desarmonía sexual y allí el sujeto sacrifica siempre algo de sí. Lacan dice que “El sacrificio del hijo, en Hamlet, es tragedia” (Seminario VIII.10-5-61), como es también la de Edipo, Antígona e Ifigenia que sacrifican su vida y/o su sexualidad en aras de reparar lo insubsanable de la proporción sexual, la desarmonía sexual.
La subjetivación de la sexualidad tiene sus complejidades porque se juega entre la comedia de la ley y la tragedia de la ley, o el amplio abanico de deseo y goce que hay entre la una y la otra.
La subjetivación de la sexualidad, entonces, es sumamente compleja, se la tramita vía el entretejido significante y su plus el objeto a, lo que otorga a cada sujeto un libreto posible del despliegue de su sexualidad –su fantasma– (la sexualidad humana pende del fantasma y su lógica).
I. d. Tragedia y comedia con la ley en la sexualidad
Así dirá Lacan -en el Seminario X (26–3–73) tomando como eje referencial al Edipo-, que el sujeto juega en la sexualidad la comedia con la ley y la tragedia con la ley.
En la comedia con la ley el sujeto puede divertirse y aparentar que cesan los conflictos generados por las paradojas de la ley en la sexualidad. En la comedia todo parece resuelto. Y es que en la comedia con la ley las paradojas de la desarmonía sexual quedan veladas, ridiculizadas y devaluadas, por eso producen risa. En las comedias de desencuentro sexual, todo produce jolgorio, porque fue minimizado el conflicto.
En la tragedia con la ley el sujeto no está tan relajado como en la comedia, se enfrenta con la fatalidad de la desarmonía sexual y allí el sujeto sacrifica siempre algo de sí. Lacan dice que “El sacrificio del hijo, en Hamlet, es tragedia” (Seminario VIII.10-5-61), como es también la de Edipo, Antígona e Ifigenia que sacrifican su vida y/o su sexualidad en aras de reparar lo insubsanable de la proporción sexual, la desarmonía sexual.
La subjetivación de la sexualidad tiene sus complejidades porque se juega entre la comedia de la ley y la tragedia de la ley, o el amplio abanico de deseo y goce que hay entre la una y la otra.
La subjetivación de la sexualidad, entonces, es sumamente compleja, se la tramita vía el entretejido significante y su plus el objeto a, lo que otorga a cada sujeto un libreto posible del despliegue de su sexualidad –su fantasma– (la sexualidad humana pende del fantasma y su lógica).
Sexualidades y subjetividades ante la ley
II.a El sujeto no hace lo que quiere con su sexualidad, todo el placer y el goce no son suyos
El sujeto no hace lo que quiere con su sexualidad, todo el placer y el goce no son suyos, el placer está siempre controlado, amordazado por la culpa o excedido por el goce. La sexualidad no conduce al ponderado jardín de las delicias. Por eso es silenciada, intimidada, velada o en el peor de los casos simplificada.
¿Puede alguien desplegar su sexualidad sin descubrirse en falta?, ¿qué le hace pensar que todo el placer y el goce son suyos, si, justamente, cuando se trata de practicar o fantasear ese placer alguna culpa le invade, o se siente desbordado por un dominio incontrolable que se llama goce. Si te va mal culpa o castigo, si te va bien, también culpa o castigo y si no te va nada, también culpa o castigo. En suma, no hay sosiego en la sexualidad.
La sexualidad recibe la mirada del Otro, y la sanción del Otro, y un plus que supone el goce del Otro. Y ni qué decir de ese plus de goce que acompaña siempre a la sexualidad y que con frecuencia ha ligado sexualidad con locura y crimen. Y es que la sexualidad conlleva siempre un abismarse, ya sea en su partición cómica y/o trágica, si a ese abismarse se le quiere llamar locura, es una manera de dar cuenta de la opacidad sexual.
II.b.- Sexualidad y sexualidades opacas
La sexualidad es opaca porque está atravesada por el lenguaje, el deseo inconsciente y ese plus incontrolable: el goce.
Por ese goce, por ese plus que no puede atrapar, el sujeto humano carga un secreto vergonzoso que es –como dice Lacan– “la relación (…) con su cuerpo”. Entrometerse con el propio cuerpo –algo tan simple, aparentemente– deviene complejo, culposo, vergonzoso y re-criminador… ¡ni qué decir cuando se trata del cuerpo del Otro! (o del Otro sexo), y ello abisma, descontrola.
La opacidad sexual –así nombrada por Lacan (seminario XXIII. 13-1-76)–, eso indómito e incontrolable, no-dicho y dicho nunca del todo, no-sabido y sabido jamás del todo, excedente inatrapable… pero que pende de la ley de los Nombres-del-Padre. Tan opaca es la sexualidad y a su vez pende tanto del significante, que abona muchas veces los chistes.
Basta cambiar una letra en un texto para producir risa, tal el regalo del Pte. Maduro cuando dijo: “Cristo repartió los penes”, panes, penes y peces condensados con Cristo, un chiste machista para colmo que hace reír y produce también algún escalofrío, porque si los penes pueden repartirse alguien puede quedar fuera de la repartija –riesgos del capitalismo–.
Y aquí conviene decir que hablar de la opacidad sexual no implica necesariamente ni la locura ni el crimen, o ¿es un crimen la opacidad sexual? ¿O una locura, o un desorden como pretende el DSM V?
El despropósito es querer que la sexualidad (o las sexualidades sean clara/s, transparente/s, típicas o tipificables, como lo propone el DSM V que de una u otra manera pretende una domesticación (que es una forma de legislación) de lo que se considera como políticamente correcto, por no decir “normal” de la sexualidades.
Cuerpo y sexualidades no pueden reducirse ni a lo instintivo, ni a lo biológico, ni a lo natural ni a lo genital ni a lo reproductivo ni a lo hormonal: intentos de domesticar la sexualidad. Se trata de las sexualidades de subjetividades legisladas y del plus que escapa a la legislación. Sin considerarlos no es posible hablar de sexualidad o mejor dicho de sexualidades en psicoanálisis.
Y entonces, ¿cómo legislar sobre tal opacidad sexual? y ¿cómo sancionar en función de los textos legales? Complejo problema que sale a la luz cunado se pretende legislar sobre ella.
II.c. Legalidades y normas ante las sexualidades
Es preciso reconocer que las legalidades y las normas intentarán siempre domesticar el goce y el deseo de las sexualidades por una regla estricta pero tranquilizadora. ¿Lo logran? Siempre tropiezan.
Las legalidades y las normas suponen el ejercicio de la mirada y la sanción del Otro, y de las políticas del Otro sobre subjetividades y sexualidades. El dispositivo jurídico como construcción ordena, escribe, prescribe y proscribe, y nunca renunció a hacer de las sexualidades uno de sus campos privilegiados de intervención.
En Argentina durante 1999 se aprobó la nueva ley llamada “Delitos contra la integridad sexual” que vino a modificar lo que se llamaba antes Delitos contra la Honestidad. Si bien la nueva ley parece más actualizada, no deja de producir tropiezos, ya que todo intento de tipificación de la sexualidad termina siendo complicada.
El bien jurídico que antes resguardaba esa ley era la honestidad (sexual), hoy pretende la integridad sexual, o la indemnidad (salvación) sexual o la libertad sexual; y allí ya se arma un lío cuando se quiere especificar qué se entiende por cada uno de estos significantes.
Hay tras esas leyes una concepción sobre la normalidad sexual vinculada a un naturalismo y biologismo de la sexualidad, que pende de las políticas de lo esperable sobre la “buena sexualidad”, ¿cómo resguardar al sujeto por el camino de la buena sexualidad? ¡¡¡Caramba!!! Sólo hay uno, despojarnos de nuestra humanidad, animalizándonos y educándonos, perdón por el error, animalizándonos y amaestrándonos, por eso surgen tantos coach hoy en día.
De una u otra manera esas legislaciones pretenden una domesticación de las sexualidades, y terminan desconociéndolas o reduciéndolas a lo sexual, a lo que no es del campo humano sino animal como especifiqué antes.
Es cierto, como dice Foucault que es difícil hablar de sexualidad sin posar un poco. Traté de posar lo menos posible, sobre todo abrumada de tantas poses en las cámaras de diputados y senadores al tratar la Ley del aborto legal, seguro y gratuito, que no llegó a obtener la mayoría esperada, posiblemente porque primó en la subjetividad de los legisladores ese propósito naturalista y amaestrador de la buena sexualidad y la buena procreación (sic).!!!
Reducirlo a lo animal que no habita en el sujeto humano, las condena al fracaso o a grandes tropiezos a las complejas paradojas de las sexualidades cuando se pretende su legislación.
Tratar en las sexualidades como animal a un humano se aproxima a las zoofilias, por no decir a la bestialidad o la zoosexualidad y fracasa ante el “hablanteser” por el persistente deseo humano de tener algún lugar en el deseo o el goce del Otro, cosa que estas legislaciones no terminan de entender; y por eso siguen generando debates que es preciso propiciar, imprescindibles debates, para no condenar al silencio a un tema tan complejo y tan íntimo a todo humano que se precie de tal.
Fuente: https://www.elsigma.com/psicoanalisis-ley/malestares-de-las-sexualidades-ante-la-ley/13462