Autora del libro: LAURA GUTMAN, psicoterapeuta familiar, especializada en la atención de madres de niños pequeños y parejas. Fundadora y directora de “Crianza” institución con base en Buenos Aires y en la que funciona una escuela de capacitación para profesionales de la salud y la educación, grupos de crianza para madres, servicio de “doulas”, y psicoterapias.
Introducción
La autora comienza diciendo que nuestro crecimiento y desarrollo espiritual están íntimamente ligados al alimento. El primer vínculo humano (con nuestra madre) será reflejo de nuestro futuro: aprenderemos a nutrir a otro y ser nutrido según los parámetros de esta primera experiencia vital.
Analiza cómo se presentan las relaciones madre hijo en esta época, de vida rápida, en la que madre y padre salen a trabajar y en la que la “maternidad como símbolo de nutrición ha perdido todo valor social”.
Dice “nutrir emocionalmente a otro, y sobre todo nutrir a los hijos, significa despojarnos de las propias necesidades y deseos”. Opina que actualmente desatendemos la calidad de nuestras relaciones, afectos y sueños, tanto como la calidad de lo que comemos y de lo que damos de comer a nuestros hijos.
Dedica un capítulo a la leche de vaca, “adecuada para los terneros, pero alejadísima de las necesidades del bebé humano”.
Este libro propone una mirada sobre la nutrición de nuestros hijos como actitud global. Cómo los nutrimos afectivamente y qué dificultades aparecen en el acto de nutrir. Qué significa dar.
Cap.1: La Biografía Humana
La demanda excesiva de los bebés necesita una respuesta que las madres devenidas mujeres independientes no siempre pueden dar.
Las madres podrán vincularse y nutrir al bebé en relación a su impronta básica, es decir según hayan sido amadas, nutridas y criadas.
Gutman destaca la importancia en el trabajo con los consultantes de construir la biografía humana. Lo más importante en el proceso de construcción de esta biografía es que busquemos “sombra”, es decir aquello que la persona no conoce de sí misma. No quedarnos con el discurso en que se instala cómodamente e intenta repetir una y otra vez.
También es importante dilucidar por boca de quien habla el individuo, qué figura influyente nos ha contado las cosas y ha conformado nuestra identidad. Los adultos que nombran lo que sucede influyen en la organización de nuestro juego de luz y sombra.
Otra cuestión a tener en cuenta es determinar qué personaje adoptó el individuo en la trama familiar, enterarse de los puntos de vista da cada uno para poder comprender la trama completa.
Cuando el individuo no tiene recuerdos es porque las experiencias han sido dolorosas como para relegarlas a la sombra.
Ir reconstruyendo los recuerdos y nombrando las vivencias de la infancia puede ser revelador e impactante.
Es importante comprender nuestra biografía humana porque desde allí miramos, sentimos, juzgamos o tenemos miedo.
Nuestro material sombrío está repleto de tesoros, que serán descubiertos cuando la psique necesite hacer algún movimiento, por ejemplo maternidad y paternidad.
La autora habla del “yo conciente” como “yo engañado” que es aquel que lidera nuestro lugar de identidad, el que atesora un solo punto de vista considerando que es el único y el mejor.
Desde el punto de vista del “yo engañado” hay una creencia de cómo son las cosas, esto es el “hechizo”, un lugar congelado, una construcción ilusoria (el cuento que nos contamos a nosotros mismos para sobrevivir y no sufrir demasiado).
Cap.2: Las improntas básicas nutritivas.
La autora plantea que desde el primer momento de nuestra vida, alimento y afecto están unidos, son casi la misma cosa. La madre da sustancia física y emocional.
Aquello que nos ha enseñado de algún modo, en su forma de alimentarnos, de cuidarnos, de protegernos o de abandonarnos, es lo que luego vamos a manifestar en todas las áreas de nuestra vida. Esa vivencia se convertirá en una vivencia de seguridad, la cual buscaremos luego en nuestros vínculos.
El vínculo que tenemos con el alimento es análogo al vínculo que mantuvimos con nuestra madre.
Habla del “hambre emocional” que en la sociedad de consumo en la que vivimos, todos tenemos: frente al desamparo, falta de brazos, calor, permanencia, pecho materno, durante la primera infancia, los bebés humanos utilizan diferentes recursos para sortear estas dificultades, disminuyen la demandas, enviando a un lugar sombrío las necesidades básicas que no han sido satisfechas. Aprender a pedir sólo aquello que los adultos están dispuestos a escuchar.
Al no poder incorporar “mamá” vamos incorporando “sustitutos”.
Si estos niños tan necesitados nos convertimos en adultos tan necesitados ¿cómo hacer para maternar y paternar a un bebé que llega al mundo con una voracidad mayor que la nuestra?
La crianza de niños necesita altruismo, generosidad y dedicación: todas virtudes despojadas de necesidades individuales.
La maternidad es vivida como pérdida del “yo”, teniendo en cuenta el desarrollo en lo social de las mujeres en esta época y la ganancia de libertad y autonomía. Cuando llega un bebé las madres sufren la ausencia de mundo exterior, las limitaciones reales que se viven como obstáculos a la realización personal, producen la sensación de pérdida de yo.
La familia nuclear no es el mejor sistema para la crianza de niños con amor. Se supone que entre dos personas deben hacerse cargo de la totalidad de dificultades que acarrea la crianza y el cuidado de los hijos por muchos años.
Las necesidades inmensas e impostergables de los niños pequeños necesita una cadena de sostenes, una trama humana de adultos disponibles entre ellos.
El niños suele tener un padre que trabaja, una madre que trabaja y no tiene mucho más. Alguna vez se encuentra con tíos y primos o abuelos, pero éstos no son responsables de su crianza.
A su entender, los niños se han quedado sin lugar específico para la crianza. No hay padres en casa, no hay abuelos o reemplazantes maternantes. No hay familia extendida ni vecindario, entonces ¿dónde encuentran los vínculos amorosos, nutritivos, calentitos, personalizados e íntimos?
Cap. 3: El hambre emocional
El “yo engañado” habla por boca de alguien con quien está inconcientemente identificado (madre, padre, etc.).
Estar identificado con un personaje significa adoptar un cristal parecido desde donde observa o se vincula a los demás.
Desde nuestro “yo engañado” es imposible satisfacer las necesidades del bebé, ya que éste nos hace creer que somos eso que hacemos (maestra, abogada, bailarina, etc.), en lo que somos reconocidas por los demás. Esta parte de nosotras necesita disolverse para fusionar con el bebé. Pero cuando sentimos que esto sucede, entramos en pánico. Entonces defendemos esos lugares de identidad en detrimento de la fusión con el mundo emocional del bebé, así es como los niños quedan emocionalmente abandonados.
En este capítulo describe distintos tipos de familias:
Familia endogámica: da todo siempre y cuando cada miembro cumpla con su función y devuelva al clan el “pago” correspondiente con la misma dedicación y entrega. En este tipo de familia la madre no tendrá inconvenientes en criar niños, ya que la red es estable y segura.
Familias expulsivas: madre y padre alimentan exclusivamente a la pareja y dejan a los hijos fuera del circuito afectivo. Los hijos se marchan tempranamente de la casa. “Yo engañado” es extremadamente simpático.
Familias amparadas en las enfermedades: el afecto circula sólo a través de la enfermedad. El “yo engañado” suele relatar con lujo de detalles alguna enfermedad, como si hubiera sido inhabilitante, cuando preguntando podemos constatar que no lo fue objetivamente. Lo importante es poder captar cómo circulaba la trama vincular utilizando esa enfermedad.
Guerras intrafamiliares: aquí hay batallas visibles entre algunos miembros de la familia. Hay tanta lucha en el territorio afectivo que no hay lugar para el niño. Aquí es difícil abordar al “yo profundo” porque abundan las “certezas” en el discurso de quien consulta. Todo niño intentará ser valiente a costa de su equilibrio emocional. Esto es lo que tenemos que nombrar para rescatar al niño herido.
Familias refugiadas en la moral: a veces el hilo que maneja la dinámica familiar es la moral o las costumbres religiosas perpetuadas y sostenidas durante nuestra infancia. Sufren abusos físicos por parte de un miembro de la familia y escucharlos hablar prejuiciosamente sobre los pecados de los demás, establece un abismo entre lo que me pasa (yo profundo) y lo que mamá dice que pasa (yo engañado). Todos hablamos desde el “yo engañado”, desde lo que ha sido nombrado. En estas familias nadie nombra el abuso, por lo tanto no existe para el niño. Cuando la moral religiosa aparece con excesiva contundencia, tenemos que indagar los recuerdos genuinos de quien consulta para poder detectar niveles de manipulación, contradicción y abuso moral.
Familias refugiadas en la militancia política: tiene mucho en común con las familias en guerra sólo que aquí es contra externo a la familia: gobierno, política mundial, contaminación… La mirada de los padres no está puesta en el niño y sus necesidades sino en la militancia.
Familias adictas: hay adicciones visibles e invisibles, siendo éstas últimas las que ocasionan mayores estragos en los niños. Adultos pendientes de calmar sus propias desdichas, por lo tanto no hay resto emocional para sostener a los hijos.
Familias depresivas: no hay vitalidad circulando para nutrir al niño. Los padres se nutren emocionalmente de sus hijos, los cuales buscarán alimento emocional fuera de su familia y lo llevarán al hogar para ofrendárselo a sus progenitores. Estos niños no son mirados, tenidos en cuenta, amparados, satisfechos, ni sostenidos por adultos refugiados en sus debilidades afectivas.
Un niño que vive y se desarrolla en una familia en la que el silencio es salud, no recibe palabras que nombren absolutamente nada, o sea que casi no hay experiencias que puedan pasar a la conciencia.
Una dificultad en la constitución psíquica cuando provenimos de familias en las que secretos y mentiras fueron bastiones vinculares, es la necesidad de construir imaginariamente una realidad virtual ( tergiversación permanente de la realidad).
Si los padres han acallado hechos que constituían a los hijos, ya sea por vergüenza, guerras históricas, por moral o prejuicios, les han robado una identidad que les pertenecía.
Los secretos son nefastos para la organización psíquica: “sabemos” que sucede algo que no debería suceder.
Las mentiras someten a los niños a ingresar en profundas contradicciones.
Todo esto trae como consecuencia en los niños: confusión, desconfianza de sus propias percepciones y alejan de su voz interior.
A pesar del desarrollo económico y tecnológico, el drama humano sigue siendo las carencias afectivas.
Un niños que no es alimentado emocionalmente se convertirá en un joven necesitado, desesperado, ávido, feroz o adicto. Encontrará alguna forma desplazada de obtener lo que no obtuvo en la infancia, sin saber de qué se trata eso que no obtuvo, por lo cual se frustrará una y otra vez.
Amar a los hijos requiere comprender de dónde venimos. Lo único urgente que tenemos que hacer los adultos es iniciar nuestro conocimiento personal, abordar nuestra biografía humana. Revisar qué haremos con nuestros padres internos y decidir cómo nutrir a nuestro niño herido y hambriento, para no trasladar esa hambre sobre nuestros hijos.
Para abordar las problemáticas de los niños, en cualquiera de sus facetas, es necesario tomar en cuenta si están hambrientos o no. Para ello hay que revisar el nivel de hambre y necesidad no satisfecho de los adultos cercanos.
Cap. 4: El primer alimento: la leche humana.
La lactancia es fundamentalmente contacto, conexión, brazos, silencio, intimidad, amor, dulzura, reposo, permanencia, sueño, noche, soledad, fantasía, sensibilidad, olfato, cuerpo e intuición.
La lactancia falla cuando calculamos, medimos, pesamos o estamos atentas a las cantidades y tiempos en que el bebé tomó o dejó de tomar. La lactancia se trata de estar juntos.
Para dar de mamar hay que estar dispuesta a perder toda autonomía, libertad y tiempo para una misma. Es una decisión. Lactancia y libertad no son compatibles.
La insistencia para que las madres se separen del cuerpo del bebé desactiva la animalidad de la lactancia y entorpece la fluidez de la leche.
Dar de mamar es una actividad corporal y energética constante.
La preocupación por los horarios es lo más antileche materna que existe.
Otra actitud antileche es creer que el bebé se va a “mal acostumbrar”.
Dar de mamar es ecológico en su sentido más amplio. Es volver a ser lo que somos. Es punto de partida y de encuentro con nosotras mismas. Es despojarnos de cultura y atragantarnos de naturaleza.
La autora enuncia una serie de rutinas que entorpecen la lactancia:
Separación temprana del bebé de los brazos maternos: el examen rutinario posnatal puede hacerse sobre el cuerpo de la madre. Este conserva la temperatura ideal, el ritmo cardíaco, el olor y la voz, el tono muscular y la energía que han envuelto al bebé durante 9 meses.
Aspiración de rutina: experiencia agresiva e innecesaria. El bebé puede despedir restos del líquido amniótico varias horas después del nacimiento.
Pesar y medir: esto violenta al bebé que busca desesperadamente volver a su posición fetal.
Falta de tiempo y disponibilidad
La nursery: bebés solos.
Presencia de muchas personas y estímulos externos: el único que debería estar en la habitación es el bebé. Los demás deberían estar fuera de la habitación donde madre y bebé tratan de conocerse, encontrarse y sentirse para que el inicio de la lactancia sea posible. El bebé es un enorme organismo receptor que captará las energías ajenas y luego descargará durante la noche.
Críticas y opiniones: todo aquel que emita una opinión sin que sea pedido se convierte en depredador emocional, porque atenta contra la exploración genuina y contra el camino que emprenderemos a solas con nuestros hijos.
Malas experiencias del pasado.
Plantea la importancia del contacto permanente madre bebé, de tenerlo a “upa”, lo que le dará “estimulación” constante y mayor frecuencia de alimentación.
Si la madre está sufriendo alguna pérdida o accidente u otra mala noticia es recomendable que pueda decírselo al bebé. De esta manera, el bebé es capaz de acompañarla y estar en conocimiento de la realidad emocional, hecho que lo deja en paz para seguir mamando.
Con respecto a bebés que duermen mucho, sugiere llevarlos consigo constantemente. El bebé necesita mayor estímulo para tener deseos de vivir, necesita contacto emocional y corporal.
Un bebé que duerme demasiado puede ser un bebé deprimido.
La soledad de la mujer y la falta de sostenes son los principales depredadores de la lactancia. Por el contrario, se necesita apoyo, ayuda y generosa compañía.
La lactancia es lo primero que se lastima cuando la soledad y el aislamiento social se instalan, porque perdemos paciencia para con el niño.
Históricamente la crianza de los niños ha sido en grupos, aldeas, tribus o pequeños pueblos.
Cap. 5: Sobre la leche de vaca.
Aquí la autora habla de los efectos nocivos de la ingesta de la leche de vaca. Dirá que es tóxica, contaminante y contraindicada tanto para los niños como para los adultos.
Ninguna especie de mamíferos continúa con el consumo de leche después del período de lactancia, salvo los seres humanos.
Cuando crecemos, los humanos perdemos las enzimas que permiten la digestión de la leche.
Plantea que la leche de cada especie de mamíferos es óptima para su cría.
La leche de vaca sirve para criar terneros, un animal con cuatro estómagos y que pesará 300 kg.
La leche humana en cambio privilegia el desarrollo de la inteligencia, y contiene al menos 100 ingredientes que no se encuentran en la leche de sustitución.
En la sociedad occidental asociamos la leche de vaca con ideas de salud y buena nutrición debido al marketing, publicidad e imposición de modelos de consumo.
La leche de vaca produce enfermedades relacionadas con el exceso de mucosidad (rinitis, sinusitis, bronquitis, otitis, neumonía, etc.) debido a la caseína, sustancia que obstruye el sistema respiratorio. Cuando ingresa al organismo, nuestro sistema inmune produce mucosidad en las membranas nasales y de la garganta.
También está relacionada con las molestias gastrointestinales, cólicos del bebé y reflujo.
Propone suprimir la leche y lácteos por una semana y comprobar si los niños sanan.
En cuanto a la vida adulta, la grasa de la leche está implicada en la obstrucción de las arterias, en la obesidad infantil y en el aumento de hormonas que pueden promover la formación de cáncer.
Habla también del aporte de calcio que puede obtenerse con la ingesta de frutas, verduras y legumbres, y que contrariamente a lo que se cree la ingesta de leche de vaca no sólo no aporta calcio sino que de alguna manera absorbe el que hay en el organismo.
Hace comparaciones de distintas sociedades orientales y occidentales y el aumento de ciertas enfermedades relacionadas con la ingesta de leche.
Lo ideal sería que el bebé fuera amamantado los dos primeros años de la vida. Pero cuando esto no es posible sugiere las leches vegetales como leches de reemplazo.
En este capítulo hay una breve síntesis sobre la macrobiótica y la incorporación de otros alimentos en niños pequeños.
Finalmente dirá que la creencia de que la leche de vaca es buena es un paradigma de la cultura occidental.
Propone como desafío atrevernos a suprimir un alimento y observar los resultados.
Cap. 6: Niños prematuros o internados en terapias de cuidados neonatales.
En este capítulo plantea que la gran cantidad de bebés en Neo está relacionado con cómo vivimos nuestra vida (stress, trabajo como el leit motiv, preocupaciones, soledad, ambición económica, etc.).
El hecho de que haya pocos bebés que nazcan a término y muchos partos sean artificialmente provocados lo vincula con la dificultad personal de la madre (que luego se hace colectiva) para permanecer en estado de gravidez el tiempo que el bebé lo requiera.
Más allá del avance tecnológico que permite la supervivencia de los bebés, hay un hecho cada vez más habitual: cuando los bebés nacen, no se encuentran en los brazos de sus madres, por lo tanto no maman.
En cuanto a bebés prematuros es una paradoja: los más desprotegidos y en riesgo, que necesitarían más que ningún otro la leche materna para tener mejores posibilidades de crecer y sanar, no la tienen.
La distancia que se establece entre madre y bebé, cuando este queda en cuidados neonatales, produce dificultades en la lactancia: sin la emoción y el cariño, la leche no fluye.
Se establece un mecanismo sutil desde su nacimiento: la sensación de que el niño no nos necesita, y la certeza de que su nutrición emocional no depende de nosotras.
La distancia entre madre y bebé puede repararse, ya en casa, permaneciendo día y noche con el niño en brazos. Si lo intentáramos hasta la leche volvería a fluir.
El “reflujo” es una de las consecuencias del nacer prematuro.
Cap. 7: El destete y la introducción de alimentos sólidos.
La autora plantea que no hay motivos para destetar a un bebé. Idealmente, la introducción del alimento sólido debería suceder cuando el niño lo reclama y este momento es variable.
Contrariamente un bebé no amamantado, sí necesita introducir más tempranamente alimentos sólidos.
Desde su punto de vista sería ideal que el destete fuera progresivo, espontáneo y que cada díada pudiese manejarlo en tiempos personales.
La modalidad y duración de la lactancia, el placer, el contacto, y la libertad para preparar y asumir la despedida, son hechos completamente íntimos, femeninos y libres.
El inicio y el fin de la lactancia son actos absolutamente personales y autónomos, y no permiten incumbencia alguna por parte de nadie.
Se opone al uso de mamaderas, ya que sólo sirven para reemplazar a la leche materna.
No hay que confundir la necesidad de succionar del niño con la necesidad de ingerir leche. Los niños no reclaman leche, reclaman succión. Podemos satisfacer la necesidad de succión con cualquier líquido tibio, incluso sopa casera hecha a base de verduras, legumbres o cereales integrales; o preparar pequeñas mamaderas de té de hierbas y meciéndolos en nuestros brazos, encontrarán suficiente placer para calmarse.
El momento para introducir alimentos sólidos es cuando el bebé demuestra alegría e interés por la comida y cuando se lleva a la boca todo lo que está a su alcance. Esto no sucede generalmente antes de que pueda mantenerse sentado y firme.
Lo importante de los primeros alimentos sólidos es que se puedan comer con “autonomía” que el niño pueda encontrar, tomar y llevar a la boca por sus propios medios. Es obvio que el puré es el alimento “anti-niño”.
Tendremos que ofrecer comida en “trozos blandos” cuando el niño aún no tiene dientes.
La “forma” en que el alimento es presentado al niño tiene mucha importancia, es uno de los motivos por los cuales la “comida chatarra” tiene tanto éxito: porque pueden comerla con autonomía y como parte del juego.
Destaca la importancia de la mesa familiar como lugar de encuentro, de diálogo, de contacto. La compañía de los adultos para que los niños coman bien.
Las exigencias a la hora de comer (comida, cantidad, horarios, etc.) no hace más que anular el deseo del niño.
Los niños más exigidos van perdiendo la capacidad de saber qué quieren. No reconocen el hambre, ni la elección de alimentos, ni el placer de saborearlos. Es así que muchos terminan con desórdenes alimentarios.
Cap. 8: Anorexia y Bulimia
La autora en este capítulo reflexiona sobre estos problemas desde el punto de vista de la falta de amor materno. Dirá que toda persona con trastorno de la alimentación está ávido por ser amado.
La anoréxica vivencia una madre terriblemente deseante, que inunda todo territorio emocional. Sólo la madre existe y todo gira en torno a las necesidades de la madre que pide, desea, exige, sabe y detenta poder.
En el vínculo con esta madre, no hay posibilidades de existir como ser diferenciado.
En su desesperación por diferenciarse, para poder existir, hay algo que el niño o joven sí puede hacer: negarse a comer.
El “no comer” es un modo al alcance de la mano para “salvarse” del deseo de la madre.
En los casos de bulimia, plantea que el padre otorga un altísimo valor a la imagen del cuerpo femenino.
A veces hay un padre muy deseante que en comunión con los deseos de la madre forma un bloque de poder infranqueable.
Una hija con sobrepeso da vía libre a la madre para que pueda ser eternamente joven y deseada por el varón.
Para abordar los problemas de bulimia y anorexia es conveniente revisar toda la dinámica vincular familiar y comprender cómo entre todos los personajes se “ponen de acuerdo” para repartir los roles que aseguren la continuación en la repartición del deseo y el poder. El problema es el vínculo, es quedar atrapado en el deseo ajeno.
La distancia que ponemos con la comida, o la avidez por atragantarnos de cualquier cosa tiene que ver con el grado de toxicidad vincular.
La toxicidad vincular del vínculo tiene que ver con nuestra madre interna, a partir de la cual organizamos todos los intercambios emocionales.
En la anorexia, se trata de desaparecer para no existir en el vínculo con el otro.
En las personas que realizan atracones la sensación básica es de vacío (vacío de cuidados maternos, de nutrientes, de sentido, de vitalidad, de reconocimiento, etc.).
El atracón tiene un poder opiáceo: nos anestesia. Cuando termina, aparece una enorme sensación de derrota y debilidad.
Tanto en la anorexia como en la bulimia, ejercer control es arrojar al individuo necesitado de amor a un abismo de mayor soledad y aislamiento.
Por el contrario, permanecer y contribuir a una relación afectiva verdadera, bienintencionada y cariñosa alejan los monstruos del desamor, y aporta seguridad en la propia capacidad para vincularse.
La bulimia y anorexia se curan con presencia amorosa.
Cap. 9: El sobrepeso, la enfermedad del consumo.
Comienza el capítulo planteando similitudes entre la lactancia y el coito amoroso (dos actos amorosos que suceden entre dos personas que se aman): en ese instante no necesitan nada más; encuentran un máximo placer y satisfacción que colman todas las necesidades afectivas entre unos y otros. En ambos sucede una nutrición amorosa que colma todos los sentidos y que produce éxtasis.
Muchas veces se piensa en lactancia como sinónimo de comida, y en realidad la comida en grandes proporciones, como elemento que tapa el vacío de placer, está en la vereda opuesta.
Esta función de la comida comienza tempranamente: algunas madres delegan en la comida la tranquilidad por el bienestar de los niños (sustituto tranquilizador cuando las madres se ausentan por ejemplo) y los niños van relacionado la comida con la satisfacción de cualquier necesidad.
También se refiere a la comida rápida o “chatarra” que se le ofrece a los niños. Esta tiene 2 ventajas: se compra rápido y los niños la comen sin necesidad de estar acompañados.
Los niños se vuelven adictos a estas comidas por dos razones: el contenido de azúcares y cafeína que luego el cuerpo reclama, y la modalidad de comer sólos se vuelve también una costumbre. Por lo tanto parecería que fuera deseo de los niños comer “esa” comida.
Buscar alimentos naturales, con menos conservantes y menos elaboración requiere más trabajo de preparación en casa y obligan a permanecer al lado del niño para que coma.
Después de ingerir comida de mala calidad y bebidas que no tienen motivo alguno para ser introducidas (gaseosas), los niños se sienten mal, irritados, problemas digestivos, mal humor, falta de vitalidad o agresividad desmedida.
Difícilmente relacionemos estos síntomas con la comida imposible de digerir. Por lo tanto, despreciamos a los niños que se portan mal, y los arrojamos al vacío emocional desde donde tienen que recuperarse por sus propios medios.
“Pensar los cuidados maternos como análogos a todo hecho nutricio nos lleva a revisar nuestras capacidades nutricias a través de la comida concreta. No importa cuánto defendamos desde nuestro discurso del “yo engañado” lo maravillosas que somos como madres o responsables de la cría. Si ofrecemos a los niños una y otra vez basura enlatada… hay algo que no es verdad”.
La autora habla también de las fiestas de cumpleaños de los niños como aquel lugar donde llenarse de la peor oferta gastronómica.
Comenta acerca del sedentarismo y su contribución a la obesidad.
Cap. 10: La comida que calma el corazón.
Aquí plantea que todo alimento posee dos caras: una nutritiva y necesaria y otra que contamina y destruye.
Los seres humanos, ante la falta de amor y especialmente cuando no tenemos conciencia de ella, tendemos a compensar a través de sustancias o situaciones que nos otorgan placer.
La autora sugiere observar la relación que tenemos con la comida: si comemos para calmarnos, porque tenemos hambre, para no sufrir, si comemos sin darnos cuenta, cuando estamos solos, o si no comemos.
Aborda algunas sustancias que funcionan como calmantes afectivos: café, mate, asado, chocolate, bebidas alcohólicas. Destaca el aporte de cada uno y qué características tienen las personas que lo consumen.
Si podemos reconocer el grado de sometimiento real a la sustancia, eso nos dará un panorama del nivel de necesidad primaria al que estamos apegados.
En este capítulo también habla de la memoria celular de los sabores de la infancia. Saborear algo que hemos comido en la infancia, nos traerá las sensaciones que rodearon esos momentos. Hechos que no podemos recordar pueden acudir a nuestra conciencia a través del paladar y del olfato (los sentidos más primitivos).
Todas las experiencias infantiles y las huellas que dejan organizan un sistema muy completo de placer y displacer.
Cap. 11: La revolución de las madres.
El mundo está enfermo de energía masculina mal entendida, por lo cual las mujeres tienen en sus manos la posibilidad de armar un futuro más cariñoso para la humanidad, aportando energía femenina de introspección, reflexión, meditación y silencio.
Todo niño para lograr autonomía corporal y emocional, requiere la seguridad que le suministra el cuerpo materno. Pero si el cuerpo no está y el niño es expulsado al vacío emocional, quedará preso de sus inseguridades y sólo pendiente de salvarse, perdido entre las tinieblas.
Los niños amados y amparados son pacientes, comprensivos y respetuosos.
El temor y la resignación son formas de supervivencia dentro de la lógica guerrera. No son innatos al ser humano, son reacciones vitales.
Las madres tenemos la posibilidad de nutrir amorosamente, permaneciendo corporal y afectivamente disponibles para los niños.
Parir, criar, amamantar, llorar, desesperar, morir y resucitar es una experiencia cotidiana cuando el cuerpo del niño pequeño está embelesado y apasionadamente adherido al cuerpo materno. Esa es la manera de vivirlo. La única manera en que cada niño humano se sabe nutrido, con la voracidad que le es propia y la inteligencia centrada en su deseo.
Durante siglos de supremacía masculina, la maternidad ha sido sinónimo de sometimiento, de ignorancia y de represión. Por eso, nos creamos o no posmodernas, todas nosotras vivimos la maternidad como una prisión. Porque sólo sabemos sentir, pensar, vivir y hablar en formato masculino. Hemos devenido mujeres-hombres.
El poder está sexuado en masculino. Pero resulta que uno de los pocos lugares donde las mujeres espontáneamente experimentamos el poder femenino es en la escena del parto.
Siempre y cuando no estemos atadas, acalladas, sometidas, humilladas, torturadas, amenazadas y drogadas.
La furia con la que la sociedad masculina se arrojó sobre el control de los partos, una vez que el sometimiento a las mujeres perdió fuerza después de la revolución industrial, da cuenta del inmenso poder que las mujeres ponemos de manifiesto en el acto de parir. La fuerza humana, física y emocional que se requiere para atravesar la experiencia del parto es incomparable respecto de cualquier otra hazaña humana.
Toda mujer que haya logrado atravesar su parto sin condicionamientos, sin sometimiento médico, sin reglas, sin horarios, sin anestesias, sin infraestructura hospitalaria, sin jadear, sin métodos, sin guías, sin enseñanzas, sin tiempos, sin amenazas y sin ser observada…toma espontáneamente a su cría y no la deja nunca más. Eso es poder femenino. Eso es conexión con las entrañas femeninas. Eso es asumir la libertad de ser mujer.
Es indispensable comprender que un parto libre deja a cada mujer en un estado de libertad y de confianza en sí misma inigualables.
Despreciar y desconocer el poder innato en la parturienta tiene una correlación evidente con el desprecio hacia la mujer madura. Porque ambas representan los dos polos del poder femenino. Observemos que ninguna de ellas están al servicio de la voracidad del varón, sino que están al servicio de la humanidad toda. Insisto en que la mujer más valorada socialmente es aquella que es bella a los ojos masculinos, para ser poseída. Sin embargo, la mujer que da a luz no es vista, y la mujer que desparrama sabiduría y experiencia tampoco es vista. Ambas potencias son ignoradas. Hay algo sobre lo que tendremos que reflexionar. Allí donde la mujer –en el parto y crianza de los hijos, y en la madurez de la sabiduría interior- despliega su mayor potencia, es donde el masculino dominante se tapa los ojos frente a la evidencia.
Que las mujeres menopáusicas ya no tengamos que criar niños, nos permite dedicar mucho tiempo a desarrollar pensamientos independientes de toda cultura corrosiva del alma. Ya hemos atravesado todo el crisol de experiencias. Ya resultan prescindibles las opiniones ajenas. Ya somos libres.
Y la libertad nos convierte en mujeres absolutamente poderosas. Por eso, justamente por eso, somos despreciadas, convirtiendo en vergonzosas algunas arrugas, la necesidad de utilizar lentes, el hecho de portar un cuerpo un poco menos firme o perder algún atisbo de seducción. Ay, si supiéramos que se trata simplemente del miedo que produce el poder que está en nuestras manos, y que ahora nadie nos puede quitar. Si supiéramos que al cortarnos la cara para quitar alguna arruga, estamos cayendo en manos del deseo ajeno y perdemos poder. Si volvemos que somos menos valiosas que antes, perdemos poder.
La anciana –que en nuestra sociedad está totalmente exiliada, acallada, apartada y silenciada- es aquella que guarda dentro de sí la sabiduría de la comunidad femenina en su conjunto.
Todo niño suficientemente amparado y adherido al cuerpo materno, será libre.
La revolución de las madres acontece cuando nos dejamos fluir por la energía de las trece lunas de cada año. Cuando nutrimos, alimentamos, sanamos, atendemos, esperamos y estamos abiertas y receptivas para con los demás.