Por Psic. Sandra Laporte
Los afectos en la vida del hijo de una detenida política que sufrió las secuelas de la dictadura militar. Cómo viven y enfrentan la vida estos jóvenes que son el presente de la historia más negra del país.
Cuando conocí a Flavio me llamo la atención la profundidad de su mirada esquiva. No sabía, en un principio, que no sostenía la mirada por timidez.
Hijo de una detenida política, fue secuestrado con ella en el 75, durante los últimos meses del Gobierno de Isabel Perón. Permaneció casi 8 meses en prisión con su madre. El primer año de edad lo cumplió en la cárcel de Olmos. Recién empezaba a hablar y dejó de hacerlo por largo tiempo debido al impacto del miedo. Fue restituido a su familia de origen y criado por una tía mientras su madre permaneció presa.
Hoy tiene 34 años. Durante mucho tiempo, capaz de hacer frente con cuerpo y alma a los uniformados que lo avasallaran, no podía ponerle el cuerpo a la vida. Todavía le cuesta. Todavía le duele vivir. Pero se nota que intenta comprender el mundo cada día.
-¿Qué significa haber sido un niño apropiado?
-(Piensa…). Ese es un tema bastante pesado… creo que todos los que somos hijos de la dictadura, de la represión tenemos algo en común: La cuestión de la identidad… ser hijo es una mochila pesada, al menos a mí me significó eso, particularmente la cuestión de haberme salvado, cuando detrás mío hay 500 niños que están perdidos, apropiados o cedidos por militares. Significaba una especie de culpa, lo sentí así. ¿Porqué yo, porqué me tocó a mí la suerte de salvarme?. No me podía resultar gratuito. Eso significaba compromiso.
-¿En que consiste ese compromiso?
-No hay que dejar de comprometerse con esa cosa particularmente, ser hijo.
-¿En que marcó tu personalidad esto de ser un hijo?
-En muchas cosas: el miedo internalizado que me queda desde muy chico, haber sufrido el terror en la piel. Hay veces que se refleja en la adolescencia, cuando vas creciendo, cuando no lográs descubrir de donde proviene: Miedo al miedo, a la soledad, al encierro, a quedarse solo en un cuarto oscuro… Otra cosa que me marcó, fue adoptar una forma de vida peligrosa, persiguiendo el límite, un pasado muy marcado con algo que está siempre presente, donde vaya. Hay fantasmas en la memoria imborrables.
-¿Y los afectos?
-Yo lo llamo el sub-mundo de los afectos, porque cuando se toca el tema de la dictadura se habla de las cosas más crudas, más duras, que impactan: cómo a una persona le arrancaban las uñas o le aplicaban picana en los genitales. El tema es lo que vive la familia del preso. Visité a mi madre después de 5 años de estar presa. La conocí a través de un cristal, después de pasar requisas severas, donde te sacaban todo de los bolsillos y a las mujeres mayores de 11 años las desnudaban. Pasabas por un montón de pasillos hasta llegar donde te ibas a encontrar con tus seres queridos… y había un vidrio grueso. El no contacto físico… podes llorar, gritar, emocionarte, pero te separa un vidrio. No puedo olvidar escenas de la dictadura, recibiendo a mi viejo que vivía en la clandestinidad y venía a visitarnos de noche, fugaz. A mi hermana mayor, que vio cuando nos secuestraron a nosotros dos, le agarraban ataques de nervios. Llorando gritaba que por favor se fuera por miedo a que vinieran ELLOS. Recibir una carta de él, con un nombre diferente. Uno la lee, llora, y después la quema, la prende fuego. Eso nunca más se olvida. Te duele. Duele mucho.
Las cartas que te escribía la vieja desde la cárcel, un bordado con el hilo de un pulover roto y con una aguja escondida que tenían por ahí. Cuando te enterás las cosas que tuvieron que hacer para eso, tiene mucho más significado.
Una medida de fuerza que se llevó a cabo por las detenidas políticas: fue una huelga de hambre que duró 20 días, por que los hijos de las detenidas no estábamos siendo bien alimentados. De todas las que comenzaron con esa huelga, terminaron tres personas, entre ellas, mi madre. Como no cedían al petitorio, termina haciéndose una huelga seca. Resisten 3 días y tienen que intervenir los médicos. Pero lograron su objetivo.
Eso de amenazar a mi mamá con que me ponían la 9 mm en la cabeza y me mataban, después de torturarla y que no dijera nada, es decirle “mato a tu hijo o hablás”. La convicción de mi madre era: “bueno, si tiene que morir morirá, pero yo no voy a abrir la boca”. Eso yo lo valoro mucho. Era la coyuntura lo que desbordaba, la convicción de las ideas, aunque le cueste la vida al hijo. Saber eso marca mucho. Uno enfrenta la vida diferente desde estas cosas. La identidad pasa por ahí, esa cosa de ser hijo, hoy llegando el 2.000. Algunos lo viven con una cuota de soberbia: “No me toques el culo porque ya me lo tocaron mucho…” (sonríe). A esta altura, es como hacernos valer, ya que fue muy injusta la vida con nuestros derechos…
-¿Y cómo enfrentás la vida, hoy?
-Esos fantasmas siempre están presentes… hay que enfrentar esos miedos. Enfrento la vida con partecitas de mí mismo quitadas, me lo imagino así. Nunca puedo olvidar lo que significa ser el hijo de una detenida política. Mi vieja me contó siempre las torturas y me las describió… con lujo de detalle, para que yo tomara conciencia, eso es muy fuerte.
-¿Cómo te imaginas el proyecto de ser padre?
-Ante todo evitaría que un hijo sufriera las situaciones que me tocaron vivir. Sí me gustaría que supiera toda la verdad, de mi vida, de su abuela; sin extremado lujo de detalle como hizo mi vieja. Que jamás se evada del compromiso.
-¿Algo así como compatibilizar entre el compromiso y la protección?
-(Piensa) Y.. Sí, eso mismo. Que sea consciente pero no sufra. Que nunca más tengamos que repetir esos años tan oscuros. Parece increíble que a casi 20 años nos estemos olvidando que vivimos un holocausto.
-¿Cómo crees que este pedazo de la historia argentina se inscribe en la psicología colectiva del país?
-Bueno, queda fuertemente internalizado el miedo aparte del descreimiento, toda aquella gente que militaba por cambiar una sociedad que después bajó los brazos.
-¿Eso se relaciona con la sumisión que hay hoy al plan económico, a la crisis?
-Sí, influye muchísimo… la dictadura internalizó el miedo, el terror que es un engranaje más para generar lo que hoy se vive: esa anestesia colectiva hacia todo. Los niños pidiendo en la calle nos resultan tan comunes como comprar el diario. Es parte del compromiso. Por otros caminos, pero comprometámonos. Esto hay que salvarlo, no puede quedar impune. No podemos hacer la vista gorda. Eso es uno de los errores más grandes que puede tener esta sociedad.
La identidad es un derecho fundamental de todo niño, cuando ésta y su persona son violentadas por los mecanismos de lo siniestro, se golpea lo más indefenso, vulnerable e inocente del futuro de una sociedad.
A Flavio la historia le pesa, sobre todo en los afectos, su identidad estuvo signada por el peligro y el riesgo casi seguro de morir. Pero aprende a mirar el milenio con ganas de que no nos olvidemos nunca más que golpear los afectos es golpear el futuro.